Esa noche todo terminó.
Ella estaba sentada en su butaca favorita, viendo su programa de televisión
favorito, cuando él irrumpe en la habitación silenciosamente. Trae ganas de
batallar y un par de copas encima; ella lo mira desesperada y atemorizada; él,
muy serio y distante, provoca la temida discusión. Los gritos se suceden, las
voces luchan por ser las más escuchadas, los ojos de ella rompen en lágrimas de
decepción y angustia mientras que él sigue gritando. Ella piensa “no es justo,
no es verdad, no lo siente, es el alcohol”. Él cada vez grita más fuerte. De
repente, el silencio inunda la habitación. Ella piensa que por fin se ha
calmado, él siente que sólo es un descanso. El silencio dura un instante y él
vuelve a la carga, intentando dejar claro que la discusión es suya y que él
mismo es el dueño en ese preciso momento. Hasta que su teoría se desmorona:
ella saca fuerzas de donde no le quedan para hacerle frente y pedirle el
divorcio. Está harta, ya no lo aguanta más, prometió demasiadas cosas que nunca
llegó a cumplir. No se siente cómoda a su lado, le ama demasiado, pero tiene
que pensar en sí misma. Él no tiene palabras, se queda callado, en silencio y,
de repente, se queda solo, sumido en la más profunda oscuridad. Parece que ha
conseguido lo que él quería, quedarse a solas con los pensamientos, con las
historias que hay en su cabeza. Ella se marcha de la habitación y cruza la
puerta, cerrándola de un portazo y jurándose a sí misma que nunca va a
regresar. Él siente que ha triunfado, que ella se ha rendido, pero no se da
cuenta de que la necesita más que a su propia vida, de que sin ella no merece
la pena luchar por nada ni por nadie. Sale a buscarla, pero ella ya ha doblado
la esquina dejando su dulce perfume en el aire. Sin alma, se derrumba en la calle
y comienza a llorar gritando su nombre. Entra en la casa, coge las llaves del
coche y sale directo a buscarla, pero ella no aparece por ningún lado. “¿dónde
puede haber ido?” se pregunta. Desesperado, comienza a correr con el coche, no
le importan las copas de más, no le importan sus nervios, sólo quiere
encontrarla. Ella sigue sin aparecer. Lo que él no sabe es que ella se ha
escondido, no quiere salir, no quiere dar con él, no quiere volver a sentirse dominada por el hombre del
que un día se enamoró, sólo quiere ser feliz, vivir su vida e intentar salir
adelante sola. Ella es joven, aún le quedan cosas que vivir y por las que
luchar. Necesita ser feliz, liberar las alas que él tenía atadas y volar, volar
muy lejos de todos sus males mentales, necesita ser la persona que se perdió al
estar con él. Él sigue sin darse por vencido, sigue buscando. Pronto se da
cuenta de que ella no va a volver, de
que tiene que encontrarse a sí mismo, no a ella. Vuelve a su casa conduciendo
despacio esta vez, pensando en su amada perdida por culpa de su egoísmo y
promesas rotas.